Cierto día en que, al caer la tarde, entré en una fonda y una muchacha de cuerpo bien plantado, rostro níveo, cabellos negros y corselete de color escarlata acudió a atenderme, la miré fijamente cuando en la penumbra se hallaba de pie a alguna distancia de mí. Cuando ella luego se apartó, percibí en la pared blanca de enfrente un rostro negro circuido de un halo de luz y la indumentaria de la figura claramente visible de un hermoso color verde mar.
J. W. v. Goethe, Teoría de los colores, 1810